Ir al contenido

Ir al índice

LA BIBLIA LES CAMBIÓ LA VIDA

Era un joven violento y amargado

Era un joven violento y amargado
  • AÑO DE NACIMIENTO: 1974

  • PAÍS: MÉXICO

  • OTROS DATOS: ERA UN ADOLESCENTE VIOLENTO QUE SE METÍA EN PELEAS CALLEJERAS

MI PASADO.

Nací en Ciudad Mante, en una hermosa región del estado de Tamaulipas (México). En general, sus habitantes son generosos y serviciales. Sin embargo, la delincuencia organizada hizo que esta zona fuera muy peligrosa.

Fui el segundo de cuatro hijos. Mis padres me bautizaron en la Iglesia Católica y llegué a cantar en el coro de la parroquia. Quería hacer la voluntad de Dios porque temía ser juzgado y terminar ardiendo en el infierno para siempre.

Cuando tenía cinco años, mi padre nos abandonó. Aquello me dolió mucho y me dejó un enorme vacío. Todos lo queríamos, por eso no podía entender por qué se había ido. A partir de entonces, mi madre se vio obligada a trabajar muchas horas fuera de casa para sacar adelante a cuatro hijos.

Yo me aproveché de esa situación para faltar a clase y juntarme con muchachos mayores. Con ellos empecé a decir malas palabras, a fumar, a robar y a pelear con los puños. Como me gustaba dominar a los demás, también aprendí boxeo, lucha libre, artes marciales e incluso a usar armas de fuego. Me convertí en un adolescente muy violento. Con frecuencia, me vi envuelto en tiroteos y varias veces terminé tirado en la calle, todo ensangrentado, porque me daban por muerto. ¡Cuánta tristeza le causaba a mi madre verme en ese estado y tener que llevarme al hospital!

Cuando tenía 16 años, recibimos la visita de Jorge, un amigo de la infancia. Se había hecho testigo de Jehová y quería hablarnos de algo muy importante. Nos explicó sus creencias utilizando la Biblia. Yo nunca la había leído y me fascinó aprender el nombre de Dios y su propósito. Jorge se ofreció a enseñarnos la Biblia, y toda la familia aceptó.

CÓMO LA BIBLIA ME CAMBIÓ LA VIDA.

Sentí un gran alivio al descubrir que la Biblia no habla del infierno (Salmo 146:4; Eclesiastés 9:5). Nunca más volví a tener miedo de Dios y empecé a verlo como un Padre amoroso que quiere lo mejor para sus hijos.

A medida que estudiaba la Biblia, me iba dando cuenta de que debía cambiar mi forma de ser. Tenía que ser más humilde y controlar mi carácter. Me ayudó mucho la advertencia de 1 Corintios 15:33, que dice que las malas compañías echan a perder los buenos valores. Entendí que, si quería cambiar, tendría que dejar de relacionarme con quienes influían negativamente en mí. Y así lo hice. Empecé a buscar amigos dentro de la congregación, personas que resolvían sus diferencias de forma pacífica, aplicando los principios bíblicos.

Otro pasaje que me impactó fue Romanos 12:17-19, que dice: “No devuelvan mal por mal a nadie. [...] Si es posible, en cuanto dependa de ustedes, sean pacíficos con todos los hombres. No se venguen, [...] porque está escrito: ‘Mía es la venganza; yo pagaré, dice Jehová’”. Me ayudó a ver que es Jehová quien se encargará de resolver las injusticias a su manera y cuando lo considere oportuno. Con el tiempo, fui dejando mi estilo de vida violento.

Nunca olvidaré lo que me pasó una noche cuando regresaba a casa. Un grupo de jóvenes me atacó. La banda a la que yo había pertenecido y la de ellos eran rivales. El cabecilla me golpeó por la espalda y gritó: “¡Defiéndete!”. En ese momento hice una breve oración y le pedí a Jehová que me ayudara a aguantar la agresión. Quise defenderme, pero en vez de eso, logré escapar. Al día siguiente, me encontré con el cabecilla del grupo, pero en esta ocasión él iba solo. Sentí que me hervía la sangre; quería vengarme. Nuevamente, oré a Jehová en silencio y le pedí que me ayudara a controlarme. Me quedé sorprendido cuando el joven se acercó y me dijo: “Perdóname por lo de anoche. La verdad es que me gustaría ser como tú. Quiero estudiar la Biblia”. ¡Menos mal que había podido controlar mi enojo! Gracias a eso, él también empezó a estudiar.

Tristemente, mi familia dejó de estudiar la Biblia, pero yo ya había decidido que iba a continuar, y nada ni nadie podría detenerme. Sabía que relacionarme con el pueblo de Dios sanaría mis heridas emocionales y que encontraría una verdadera familia. Seguí haciendo cambios y me bauticé como testigo de Jehová en 1991.

QUÉ BENEFICIOS HE OBTENIDO.

Yo era una persona dominante, violenta y amargada, pero la Palabra de Dios me transformó por completo. Ahora me dedico a hablar del mensaje pacífico de la Biblia con todos los que desean escucharlo. He tenido el privilegio de servir a Dios como ministro a tiempo completo durante los pasados veintitrés años.

Por algún tiempo, fui voluntario en la sucursal que los testigos de Jehová tienen en México. Allí conocí a Claudia, una joven muy dinámica con la que me casé en 1999. Siempre le doy gracias a Jehová por haberme dado a esta fiel compañera.

Juntos servimos por un tiempo en una congregación de lengua de señas mexicana y ayudamos a algunas personas sordas a conocer a Jehová. Más tarde, se nos pidió que fuéramos a predicar a Belice. En este país, nuestra vida es más sencilla, pero tenemos todo lo necesario para ser felices. ¡No la cambiaríamos por nada!

Con el tiempo, mi madre volvió a estudiar la Biblia y se bautizó. Mi hermano mayor, su esposa y sus hijos también son testigos de Jehová. Incluso algunos de mis antiguos compañeros a los que prediqué ahora sirven a Dios.

Desgraciadamente, algunos miembros de mi familia murieron por culpa de su carácter violento. Seguro que yo habría terminado como ellos si no hubiera cambiado mi forma de ser. Le doy gracias a Jehová por haberme permitido conocerlo a él y a su pueblo, y por haberme enseñado con amor y paciencia a vivir en armonía con los principios bíblicos.