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¿Cómo era en realidad Jesús?

¿Cómo era en realidad Jesús?

No existen fotografías de él. Nunca posó para un retrato o una escultura. Sin embargo, Jesús ha aparecido en las obras de innumerables artistas a lo largo de los siglos.

Por supuesto, ninguno de esos artistas sabía qué aspecto tenía Jesús en realidad. A menudo, lo que determinaba cómo lo representaban en sus obras era la cultura de la época, las creencias religiosas o los gustos de sus clientes. Con todo, esas obras podrían condicionar, o hasta desdibujar, la opinión de la gente sobre Jesús y sus enseñanzas.

Algunos artistas lo representaron como un hombre débil, de cabello largo y barba poco poblada, o le dieron un aire melancólico. En otras obras, Jesús aparece como un ser sobrenatural con un halo en la cabeza o manifestando una actitud distante. ¿Guardan esos retratos algún parecido con la realidad? ¿Cómo podemos saberlo? Una manera es examinando varios pasajes bíblicos que nos ayudan a imaginarnos su aspecto y, además, a verlo desde la perspectiva correcta.

“ME PREPARASTE UN CUERPO”

Estas palabras forman parte de una oración que Jesús pronunció, probablemente, cuando se bautizó (Hebreos 10:5; Mateo 3:13-17). ¿Cómo era ese cuerpo? Unos treinta años antes, el ángel Gabriel le había anunciado a María: “Concebirás en tu matriz y darás a luz un hijo, [...] será llamado santo, Hijo de Dios” (Lucas 1:31, 35). De modo que Jesús era un hombre perfecto, igual que Adán cuando fue creado (Lucas 3:38; 1 Corintios 15:45). Jesús debió tener un cuerpo bien formado y probablemente heredó rasgos de su madre, María, que era judía.

Jesús, como todo judío de su época, tenía barba, a diferencia de los romanos. La barba era símbolo de dignidad y respetabilidad, de ahí que nadie la llevase larga o descuidada. No hay duda de que Jesús llevaba la barba bien recortada y el cabello limpio y peinado. Los únicos que no se cortaban el pelo eran los nazareos, como Sansón (Números 6:5; Jueces 13:5).

Jesús debió ser de constitución fuerte, pues buena parte de sus 33 años de vida fue carpintero y no contaba con las herramientas que tenemos hoy (Marcos 6:3). Al inicio de su ministerio expulsó del templo, sin ayuda de nadie, a todos los que comerciaban “junto con las ovejas y el ganado vacuno, y desparramó las monedas de los cambistas y volcó sus mesas” (Juan 2:14-17). Para hacer eso tenía que haber sido un hombre fuerte. Jesús utilizó el cuerpo que Dios le había preparado para cumplir su misión: “También a otras ciudades tengo que declarar las buenas nuevas del reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:43). Se necesitaba una extraordinaria resistencia física para viajar a pie por toda Palestina y proclamar ese mensaje.

“VENGAN A MÍ, [...] Y YO LOS REFRESCARÉ”

El rostro amable de Jesús y su buen trato seguramente hicieron más atractiva esa invitación para quienes estaban agobiados y con muchas cargas (Mateo 11:28-30). Su amabilidad y bondad reforzaban la promesa de refrescar a quienes deseaban aprender de él. Incluso los más jóvenes querían estar con Jesús, pues la Biblia dice: “Tomó a los niños en los brazos” (Marcos 10:13-16).

Aunque es cierto que antes de morir Jesús padeció mucho dolor físico y mental, no era una persona triste. Por ejemplo, durante un banquete de boda celebrado en Caná, contribuyó a la alegría de la ocasión al convertir agua en un vino muy bueno (Juan 2:1-11). En otras reuniones enseñó lecciones que los presentes no olvidarían jamás (Mateo 9:9-13; Juan 12:1-8).

Y sobre todo, con su predicación, Jesús puso al alcance de sus oyentes la gozosa posibilidad de vivir para siempre (Juan 11:25, 26; 17:3). Cuando 70 de sus discípulos le contaron cómo les fue en la predicación, Jesús “se llenó de gran gozo” y exclamó: “Regocíjense porque sus nombres hayan sido inscritos en los cielos” (Lucas 10:20, 21).

“USTEDES, SIN EMBARGO, NO HAN DE SER ASÍ”

Los líderes religiosos del tiempo de Jesús se las ingeniaban para llamar la atención sobre sí mismos y recalcar su autoridad (Números 15:38-40; Mateo 23:5-7). Pero Jesús dijo a sus apóstoles que no se creyeran amos y señores de otras personas (Lucas 22:25, 26). Es más, les advirtió: “Cuídense de los escribas que quieren andar por todos lados en ropas largas y quieren saludos en las plazas de mercado” (Marcos 12:38).

Jesús, en cambio, era uno más entre la multitud; había ocasiones en las que ni lo reconocían (Juan 7:10, 11). Ni siquiera destacaba físicamente entre sus 11 apóstoles fieles. Judas, el traidor, tuvo que acordar una “señal”, un beso, para que la chusma identificara a Jesús (Marcos 14:44, 45).

De modo que, aunque hay muchos detalles que desconocemos, está claro que Jesús no era como frecuentemente se lo ha representado. Sin embargo, más importante que saber cuál era el verdadero aspecto de Jesús es saber cómo debemos verlo ahora.

“UN POCO MÁS Y EL MUNDO YA NO ME CONTEMPLARÁ”

Unas horas después de decir esas palabras, Jesús murió y fue enterrado (Juan 14:19). Dio su vida “en rescate en cambio por muchos” (Mateo 20:28). Tres días después, Dios lo resucitó “en el espíritu” y “le concedió manifestarse” o aparecerse a algunos de sus discípulos (1 Pedro 3:18; Hechos 10:40). ¿Qué aspecto tenía Jesús entonces? Pues, por lo que parece, había cambiado mucho, porque ni siquiera sus amigos más allegados lo reconocieron a primera vista. María Magdalena lo confundió con un jardinero, y los dos discípulos que iban de camino a Emaús pensaron que era un forastero (Lucas 24:13-18; Juan 20:1, 14, 15).

¿Cómo deberíamos imaginarnos a Jesús hoy? Más de sesenta años después de la muerte de Jesús, el amado apóstol Juan lo contempló en varias visiones. Juan no vio a un hombre agonizando en una cruz, sino al “Rey de reyes y Señor de señores” que pronto destruirá a los enemigos de Dios, tanto humanos como demoníacos, y traerá bendiciones eternas para toda la humanidad (Revelación [Apocalipsis] 19:16; 21:3, 4).